Gallinas
por Raquel Castro
Editado por Julia Rios
Septiembre 2019
Hace mucho, mucho tiempo, en un pueblito de la sierra de Puebla, sucedió que empezaron a perderse las gallinas: cada mañana faltaban dos o tres, siempre de diferentes corrales, de diferentes casas. La gente murmuraba que seguro era culpa de doña Martha, una anciana que tenía poco de vivir en las afueras del caserío. Nadie sabía por qué había llegado o de qué vivía; pero pronto se empezó a correr el rumor de que doña Martha era un nahual: que había hecho un pacto con los coyotes del monte y que los coyotes le prestaban su forma y su fuerza en las noches. Que convertida en coyote, doña Martha salía al pueblo a robarse las gallinas y que si no se había robado a un niño era porque las mamás no los dejaban salir de noche.
Eso platicaban Abel y Marcelino afuera de la escuela un día. En eso estaban cuando se les acercó Fabián, un chico que cuidaba los borregos de don Fausto.
—Qué mensos —se burló Fabián—. Doña Martha vivía acá de niña, se fue cuando se casó y regresó ora que murió su esposo. No le pide nada a nadie porque el difunto le dejó con qué cuidarse. De veras que son gallinas.
—¡No somos gallinas! —se quejaron Abel y Marcelino.
—¿No? Entonces los espero a las diez de la noche en el patio de doña Martha —los retó Fabián y se fue.
Abel y Marcelino no querían ir, pero tampoco querían quedar como gallinas. Así que en la noche se escaparon de sus casas y fueron al punto de reunión. Cuando llegaron, empezaron a platicar entre susurros: ¿cómo sabía Fabián lo de doña Martha? Y, pensándolo bien, ¿por qué Fabián nunca entraba hasta el pueblo? ¿Dónde vivía? ¿Con quién?
—Cuando llegue le preguntamos —acordaron los niños.
En eso se abrió la puerta de casa de doña Martha y salieron de ella dos siluetas. Cuando pudieron verlas bien, Abel y Marcelino se dieron cuenta de que no podrían preguntarle nada a Fabián: él y doña Martha caminaban hacia ellos, todavía con forma humana pero con ojos brillantes y colmillos afilados … como de coyote ….