Parasitismo

Editado por Julia Rios

Redactado por Chelle Parker

Marzo 2019

Una niña escucha, extasiada, cuentos de sirenas. Por sí misma, esta es una imagen encantadora. Madres y padres gozan con la felicidad de sus pequeños cuando les hablan de esos “seres dulces, bondadosos, de melenas verdes y colas brillantes”.

Si vas al mar, les dicen, tal vez llegues a verlas.

Y no hay maldad en esto. Los adultos sólo quieren preservar la inocencia infantil, y se convencen de poder lograrlo con sus narraciones.

Pero así es como la verdad sobre las sirenas se ha ido olvidando, y hoy la saben y la conservan muy pocas personas.

La culpa es de las propias sirenas. En el siglo XVIII, cuando las entidades mágicas se retiraron casi por completo del mundo material, las sirenas se ocuparon en dejar leyendas inocuas, relatos halagadores sobre ellas mismas, creados para engañar a los incautos y en los que sólo se habla de su belleza. Con el tiempo, la ficción se impuso sobre los testimonios directos, cada vez más escasos.

Entretanto, las sirenas eligieron habitar el espacio de los sueños. En ese entorno infinito, que la conciencia humana apenas puede vislumbrar, nadan como en el océano primordial, antes del surgimiento de la vida, cuando en efecto no había nada más que sueños…, y no las alcanzan los peligros ni de las meras banalidades o accidentes de nuestro mundo en descomposición. Los peces abisales no las amenazan desde abajo, las gaviotas no defecan en ellas cuando salen a la superficie, los barcos no les huyen ni tampoco –de estar gobernados por marinos lujuriosos o sanguinarios– van a su encuentro a toda máquina. No se atoran en redes ni desechos flotantes, no se ahogan en manchas de petróleo.

Lo único que falta en ese refugio es, desde luego, alimento, que no puede extraerse de la materia luminal de los sueños. Sin embargo, las sirenas se han mantenido con vida de la misma forma que otras criaturas exiliadas: si una mente humana sueña con ellas con la claridad suficiente, los estrechos conductos que llevan del sueño a esa mente se ensanchan. Entonces las sirenas pueden pasar a la conciencia desprevenida e invadirla.

Quedan pocos especialistas capaces de tratar estas infestaciones, y quienes las padecen pueden tardar hasta varios años en notar que están siendo atacados. Un caso típico: en 2004, luego de crecientes problemas laborales, la ingeniera Alejandra Benítez, de la ciudad de Morosa, se hizo examinar, y resultó que su psique albergaba 4,703 sirenas distintas: hacían sus nidos en miedos y aspiraciones, salían a jugar en pulsiones y fantasías, y se alimentaban, voraces, de los conocimientos profesionales que la ingeniera había acumulado, a muy alto precio, a lo largo de cinco años de estudios en un Instituto Politécnico.

Fue imposible proteger su mente, que las sirenas habían desgastado hasta el punto de que podían entrar y salir de ella incluso cuando estaba despierta. Ya incapacitada para realizar su trabajo en una empresa de software, Benítez se volvió incapaz de comprenderlo siquiera y debió buscar otro empleo, no calificado (atendió por algún tiempo una caseta de cuota en una autopista; se le reportó feliz y tranquila). Peor aún, cuando las sirenas acabaron del todo con su educación profesional, pasaron a comerse otras porciones de su memoria.

Hoy, recluida en un hospital, esta víctima de las fuerzas numinosas ha perdido casi todos sus recuerdos: cree ser una niña, pequeña e inocente, y está siempre fascinada por las sirenitas, de melenitas verdes y colitas brillantes, que ya se le aparecen incluso cuando tiene los ojos abiertos, flotando en el aire.

© 2019 Alberto Chimal

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Alberto Chimal